The history of chemical weapons : the shadow of Verdun

Tipo de material: ArtículoDescripción: pp.20Tema(s): En: The Economist - Vol.408 No.8851Resumen: Resumen: Evidentemente, escribió un exasperado Winston Churchill en el verano de 1944, “no puedo pensar como un cura y un guerrero al mismo tiempo”. A lo largo de julio, el primer ministro británico había estado preguntando a sus jefes militares reconsiderar el usar gas venenoso contra Alemania, solicitándoles “cálculos fríos” más que argumentos morales sobre la carga que significaba usar armas químicas. De manera unánime, los jefes militares rechazaron esa idea y Churchill aceptó a regañadientes. La historia de las armas químicas es, en gran medida, la historia en que estas no han sido usadas. Ello se debe en parte a que fueron prohibidas, incluso antes de ser usadas. Para cuando se dio la Convención de La Haya de 1899, nadie había tratado de usar proyectiles “con el único objetivo de diseminar gases asfixiantes o nocivos”, el tipo que la Convenció prohibió. En cierta medida se debía a que estos eran horribles. Para ser justos, como muchas de las armas, que son criticadas al ser introducidas como novedad, antes que su utilidad y familiaridad les hagan encontrar un espacio propio en los arsenales de los poderosos.
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Resumen: Evidentemente, escribió un exasperado Winston Churchill en el verano de 1944, “no puedo pensar como un cura y un guerrero al mismo tiempo”. A lo largo de julio, el primer ministro británico había estado preguntando a sus jefes militares reconsiderar el usar gas venenoso contra Alemania, solicitándoles “cálculos fríos” más que argumentos morales sobre la carga que significaba usar armas químicas. De manera unánime, los jefes militares rechazaron esa idea y Churchill aceptó a regañadientes. La historia de las armas químicas es, en gran medida, la historia en que estas no han sido usadas. Ello se debe en parte a que fueron prohibidas, incluso antes de ser usadas. Para cuando se dio la Convención de La Haya de 1899, nadie había tratado de usar proyectiles “con el único objetivo de diseminar gases asfixiantes o nocivos”, el tipo que la Convenció prohibió. En cierta medida se debía a que estos eran horribles. Para ser justos, como muchas de las armas, que son criticadas al ser introducidas como novedad, antes que su utilidad y familiaridad les hagan encontrar un espacio propio en los arsenales de los poderosos.

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